Todavía no conocí a nadie a
quien le guste caminar tanto como a mi abuelo Severo, caminó todo lo que pudo, y
ya de grande caminaba muchas cuadras por día.
Cuando yo era chico me quedaba
en casa con él, en ese entonces vivía con nosotros, mis padres trabajaban y mi
hermano mayor ya había empezado el colegio, por lo cual pasábamos muchas horas
juntos. Entre las actividades que compartíamos caminar era una de nuestras
preferidas, ya sea para hacer las compras como para pasear por el barrio.
En uno de esos paseos simuló
estar perdido. Recuerdo que al principio sentí algo de miedo, no mucho, el
justo como para condimentar esta experiencia sintiendo por primera vez esa
sensación tan particular. De todos modos mi abuelo inspiraba seguridad, era
grandote, inmenso, imponía respeto desde el respeto. Se reía mucho, pero no se
burlaba de nadie. La cuestión es que de ese instante tengo un recuerdo visual,
es de una esquina con una casa blanca de dos plantas a la que el sol le daba de
lleno.
De repente mi abuelo (que
siempre me llevaba de la mano), me dijo “veamos por acá” y tras caminar
unos metros nos detuvimos frente a una casa que en su jardín tenia 2 leones los
cuales al descubrir con mi mirada me causaron un fuerte temor, sentimiento que
se evaporó cuando él me hizo notar que ambos eran de cemento, por lo cual no
había nada que temer.
La casa estaba casi pegada a las
vías del tren, en un sitio sin paso a nivel, por lo que no se podía cruzar caminando,
sin embargo fuimos hacia lo que parecía ser el final de una calle sin salida
hasta que de la nada apreció un pasaje que me invitó a atravesar con la
esperanza de encontrar nuevamente el camino de vuelta a casa.
Así fue, cuando por fin llegamos
al final las imágenes eran familiares, estábamos en Monroe y la vía, un lugar
por el que pasábamos habitualmente y el alivio volvió, en el caso de él
simulado, en el mío, real.
La casa de los leones paso a ser
a partir de ese día un punto obligado de nuestros paseos que ya tenían una
consigna en común, “vamos a perdernos”, me decía cada vez que me
proponía dar un paseo por el barrio, de hecho yo podía elegir el recorrido,
pero él siempre me guiaba para que tarde o temprano pasáramos frente a esa casa.
El domingo 14 de julio pasado
fue el cumpleaños de mi mamá, por lo cual volví al barrio. Después del almuerzo
Julieta me pidió que saliéramos a caminar. Juntos recorrimos las calles por las
que anduve toda mi vida en diferentes etapas, pasamos por la estación Coghlan,
la veterinaria San Camilo, por el hospital Pirovano, el edificio de Freire (donde
Julieta paso los primeros años de su vida), la plaza donde la llevábamos de
chica, la calesita, y posteriormente “nos perdimos” hasta que encontramos la
casa de los leones. Confieso que esta vez me costó encontrarla, las imágenes de
mi infancia no coincidían del todo con las actuales, pero al final apareció,
cuando la vi sentí una emoción muy grande y supe que Severo estaba ahí con
nosotros, y que me había guiado a su encuentro. Luego caminamos hasta el
alambrado y encontramos el caminito que nos llevó a Monroe para seguir rumbo a
la casa de mis padres.
Cuento esto ya que si alguna vez
me ven perdido, si la senilidad me alcanza y me pierdo en los laberintos de la
mente sin tener conciencia del tiempo y del espacio, llévenme a la casa de los
leones, porque yo sé que ahí siempre está mi abuelo, esperándome, para tomarme
de la mano y me llevarme de vuelta a casa.
A la memoria de mi abuelo,
Severo Ángel Spagnoletti a quien jamás olvido y siempre recuerdo con todo el
amor que sembró en su paso por la tierra.
Ale Flores
21 de Julio de 2019
La Merecida
Living
Con Uma
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