Esta semana hice algo que hizo
sentirme bien, mande a cagar a alguien, la respuesta fue corta. “Andate a
cagar. Los soretes no cambian nunca”.
Sé que mi párrafo anterior no me
presenta como un ser espiritual, pero si como uno humano, un humano que por más
de 40 años soportó el atropello sistemático de alguien que hasta hace algunas
horas se creía con derecho de abusar de mi bondad.
La muerte de Felicia me ayudó a
dar este paso, porque el sujeto a quien invite con la polémica frase se trata
de la única persona de mi círculo familiar, personal, y/o afectivo que no me
hizo sentir su presencia ante la pérdida física de mi amada perra, y ese gesto
fue un quiebre para mi ante alguien que no le importó estar cerca mío frente a
semejante dolor.
Este ser apareció hace unos días
escribiéndome de un modo amistoso, (el mismo que utilizó cada vez que necesito
algo de mi parte, y luego rápidamente olvido cuando creyó que ya no necesitaría
nada). Lamentablemente yo no contaba con la información que me había pedido, ya
que seguramente se la hubiese brindado, pero aproveche su iniciativa para
hacerle saber que me incomodo profundamente su ausencia, y en lugar de
disculparse me devolvió un agravio lo cual detonó la inesperada respuesta de mi
parte.
Fueron más de 40 años de
tropezar con la misma piedra, largos años creyendo que nuestra relación podía
cambiar, que podíamos ser sinceros, honestos y compañeros, pero no, nuevamente
me demostró que eso no es posible y lo que sentí lo sintetice en “los
soretes no cambian nunca”, en realidad todo cambia, todo está en constante
evolución y todo vuelve a ser tierra, ya volveremos a ser uno cuando nuestros
cuerpos se hayan fundido en la tierra, o en la energía del padre, pero hoy me
siento bien por no haberme tragado la bronca como tantas otras veces, me siento
bien por haber sacado eso que debía salir de mi, tal vez en forma de vómito, lo
bueno es que salió de mi, ya no está en mi, aunque para eso lo haya tenido que
mandar a la mierda.
Termino este texto con una
sonrisa, me río como un chico al que le dan un caramelo, es un relato triste,
pero para mi, tristemente bello.
Ale Flores
30 de Diciembre de 2017
La Merecida
Silla Azul
Espacio Sagrado
Altar de Fuego
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