Me gusta ver artesanos, en
algunos casos personas que conocí en otros tiempos, hace años y que la vida nos
reunió para que cada uno pueda descubrir el don del otro, la misión del otro.
Disfruto viendo las obras
terminadas, los procesos creativos y principalmente como usan (usamos) lo que
hacemos para sanar, para sanarnos a nosotros mismos.
En sus obras descubro el espejo
que otros ven en lo que hago, siento la energía sanadora que plasmaron en
ellas, y alucino pensando en que esas expresiones se eternizaran más allá de
sus cuerpos, atravesaran distancias por medio de las redes llegando a ojos
lejanos, tocarán almas que tal vez en otros tiempos nos sirvieron de espejos.
El camino es el mismo, el
recorrido parecido. Todos marchamos hacia el mismo lugar y vamos dejando
huellas, huellas que sirven a otros para descubrir su misión, para despertar su
maestría.
A veces lo que hacemos inspira,
muchas veces intencionamos nuestras obras, otras fluyen naturalmente hacia
donde tienen que fluir, lo común es que en ambos casos hay instantes en los que
perdemos noción de lo que hacemos, la divinidad se apodera de nuestras mentes y
nuestros cuerpos, toma el control y se expresa. Eso es lo que hace que lo que
hacemos sea el espejo donde otros se ven, ya que más allá de las apariencias
Dios vive en cada uno de nosotros, su llama es nuestra chispa divina, la que
late en nuestros corazones, nos conduce a reencontrarnos, a reconocernos y
admirarnos, porque no puedo dejar de admirar lo que sale de los corazones,
porque lo que del corazón sale al corazón llega.
Lo que del alma sale, al alma
llega.
Ale Flores
22 de Diciembre de 2017
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