“Dejalo que venga, no lo
fuerces, solta todo”. Escuche en mi mente cuando creí que era el
momento de escribir algo que desde esta mañana tengo ganas, desde que leí a
Ceci contarme que hace 5 años escuchaba por última vez la voz de Paco, su padre
quién entraba a operarse en una cirugía que su cuerpo no resistió.
Tengo a Paco dando vueltas por
mi cabeza desde que volví a encontrarme con Ceci y su familia, que supo ser mi
familia, allá, hace 30 años.
Paco fue un tipo muy importante
en mi vida, lo digo con esa informalidad ya que así era él, informal y risueño,
siempre dispuesto a la risa, al póker y a charlar, compañero como pocos padres
abría las puertas de su casa para que cada uno de nosotros pudiera vivir su
adolescencia y experimentar la vida, ensayábamos con nuestras bandas de Rock a
cualquier hora, y manteníamos charlas interminables acompañadas de música y
humo de cigarrillos en su living. El siempre sonriente, siempre compinche.
Me vienen imágenes, miles, de
Buenos Aires y Mar del Plata. Todas tienen algo en común, la sonrisa y la
pelada de Paco, se reía de él, se reía de todo.
Cierta emoción me invade, tal
vez por ser consciente de esa etapa que hasta estas letras parecía ahí,
latente, como un presente continuo en la casa de Eleodoro Lobos ya es parte del
pasado, pero de un pasado feliz, un pasado de crecimiento.
Tengo que soltar, soltar muchas
emociones con las que cargo desde ese entonces, cosas inconclusas, porque así
como la vida un día nos encontró, otro nos separó y ya nada fue igual, ellos se
fueron a Madrid, yo me deje forjar por el mundo, por mis adicciones, transité
mi camino, el que me correspondía, como nos sucede a todos.
Cada vez que voy a Mar del
Plata paso por las casas que alquilaba Paco, por el Astur, el semejante hotel
que nos consiguió para poder disfrutar las primeras vacaciones sin la compañía
de mis padres que tuve en mi vida, y si mis viejos me dejaron ir con apenas 14
años quedándose tranquilos, fue por saber que cerca estaba Paco, estaban los
Mazzeo.
Una angustia que no sabía que
tenía me aprieta la garganta y nubla mi mirada, siento muchas cosas, tal vez
sea que estoy conectando con lo que sienten todos los que hoy extrañan su
presencia física, o que sea la energía de él al que seguramente le quedaron
etapas sin poder cerrar, cosas de la vida, del crecimiento que experimentamos
los humanos en la tierra.
Yo aprendí de Paco, aprendí a
ser el padre que mi hija quiere que sea cuando invita amigos a casa, aprendí a
ser el padre de mi hija que los amigos de ella quieren encontrar cuando vienen
a casa, aprendí a no invadir sus espacios, a darles vuelo, a dejarlos ser, pero
hacerles saber que estoy presente, que pueden contar conmigo, que no están
solos.
Yo tengo solo palabras de
agradecimiento al alma de Paco, por eso esta mañana le dedique un Ave Maria
para que descanse en paz, para que sus seres queridos sientan que está bien,
que su energía es parte del aire, del sol, de la tierra y del agua. Para que
puedan sentir su abrazo en el mar de las playas de Punta Mogotes.
Siento que me puedo quedar
escribiendo horas, que afloran en mi emociones que forman parte de mi sangre de
mi ADN, pero las voy a dejar ahí, donde están para que salgan cuando tengan que
salir, que vayan brotando y a su tiempo den Flores, porque ese es mi apellido,
el que representa lo que vine a dar, y en los pétalos de mis textos muchas
veces sonríe Paco.
Bueno, me voy, pero esta vez me
voy a despedir de una forma diferente, como lo hacia él, dejando una broma, una
sonrisa flotando en el aire:
Hasta los huevos.
Boludos a todos.
Ale Flores
15 de Diciembre de 2017
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