viernes, 15 de diciembre de 2017

Francisco Paco Mazzeo


“Dejalo que venga, no lo fuerces, solta todo”. Escuche en mi mente cuando creí que era el momento de escribir algo que desde esta mañana tengo ganas, desde que leí a Ceci contarme que hace 5 años escuchaba por última vez la voz de Paco, su padre quién entraba a operarse en una cirugía que su cuerpo no resistió.

Tengo a Paco dando vueltas por mi cabeza desde que volví a encontrarme con Ceci y su familia, que supo ser mi familia, allá, hace 30 años.

Paco fue un tipo muy importante en mi vida, lo digo con esa informalidad ya que así era él, informal y risueño, siempre dispuesto a la risa, al póker y a charlar, compañero como pocos padres abría las puertas de su casa para que cada uno de nosotros pudiera vivir su adolescencia y experimentar la vida, ensayábamos con nuestras bandas de Rock a cualquier hora, y manteníamos charlas interminables acompañadas de música y humo de cigarrillos en su living. El siempre sonriente, siempre compinche.

Me vienen imágenes, miles, de Buenos Aires y Mar del Plata. Todas tienen algo en común, la sonrisa y la pelada de Paco, se reía de él, se reía de todo.

Cierta emoción me invade, tal vez por ser consciente de esa etapa que hasta estas letras parecía ahí, latente, como un presente continuo en la casa de Eleodoro Lobos ya es parte del pasado, pero de un pasado feliz, un pasado de crecimiento.

Tengo que soltar, soltar muchas emociones con las que cargo desde ese entonces, cosas inconclusas, porque así como la vida un día nos encontró, otro nos separó y ya nada fue igual, ellos se fueron a Madrid, yo me deje forjar por el mundo, por mis adicciones, transité mi camino, el que me correspondía, como nos sucede a todos.

Cada vez que voy a Mar del Plata paso por las casas que alquilaba Paco, por el Astur, el semejante hotel que nos consiguió para poder disfrutar las primeras vacaciones sin la compañía de mis padres que tuve en mi vida, y si mis viejos me dejaron ir con apenas 14 años quedándose tranquilos, fue por saber que cerca estaba Paco, estaban los Mazzeo.

Una angustia que no sabía que tenía me aprieta la garganta y nubla mi mirada, siento muchas cosas, tal vez sea que estoy conectando con lo que sienten todos los que hoy extrañan su presencia física, o que sea la energía de él al que seguramente le quedaron etapas sin poder cerrar, cosas de la vida, del crecimiento que experimentamos los humanos en la tierra.

Yo aprendí de Paco, aprendí a ser el padre que mi hija quiere que sea cuando invita amigos a casa, aprendí a ser el padre de mi hija que los amigos de ella quieren encontrar cuando vienen a casa, aprendí a no invadir sus espacios, a darles vuelo, a dejarlos ser, pero hacerles saber que estoy presente, que pueden contar conmigo, que no están solos.

Yo tengo solo palabras de agradecimiento al alma de Paco, por eso esta mañana le dedique un Ave Maria para que descanse en paz, para que sus seres queridos sientan que está bien, que su energía es parte del aire, del sol, de la tierra y del agua. Para que puedan sentir su abrazo en el mar de las playas de Punta Mogotes.

Siento que me puedo quedar escribiendo horas, que afloran en mi emociones que forman parte de mi sangre de mi ADN, pero las voy a dejar ahí, donde están para que salgan cuando tengan que salir, que vayan brotando y a su tiempo den Flores, porque ese es mi apellido, el que representa lo que vine a dar, y en los pétalos de mis textos muchas veces sonríe Paco.

Bueno, me voy, pero esta vez me voy a despedir de una forma diferente, como lo hacia él, dejando una broma, una sonrisa flotando en el aire:


Hasta los huevos.

Boludos a todos.



Ale Flores
15 de Diciembre de 2017





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