Es difícil desprenderse de los
seres queridos, es difícil dejarlos partir cuando se están yendo, o cuando
recién se han ido.
No los queremos ver sufrir, pero
nos cuesta verlos partir.
Yo logre hacer algo con mi
viejo, y es lo que siempre recomiendo, le di gracias por su vida, por su
influencia en la mía, por haber sido mi padre, por trabajar venciendo el
cansancio físico para que no me falte nada.
Le pedí disculpas por las veces
en las que no lo entendí y le dije que lo disculpaba por todo lo que me pudo
doler de sus actitudes mal comprendidas por mi.
Le dije que mi alma no tenía
deudas pendientes con la suya, y creo que saldé todas mis deudas hacia la de
él. Por último, pero no por eso menos importante, le dije que se fuera en paz,
que descansara por haberse ganado la vida, por haberse ganado en la vida el
derecho de un buen descanso, de un descanso en paz.
Le dije que no se preocupara,
que me ocuparía de todo para que a mi vieja no le falte nada, como tampoco a
mis hermanos. Que cuidaría de mi familia como él me enseño, y lo acompañe a
partir.
Sus últimos latidos esperaron mi
llegada, sentí su partida, cerré sus ojos, y lo deje ir.
Ahora su energía habita en la
mía, es la que recibo en el aire que respiro, en el fuego de las velas que
arden en mi altar, en el mar, que fue su mar, es donde habita. En la tierra que
me contiene al caminar.
Ale Flores
21 de Mayo de 2016
La Merecida
No hay comentarios:
Publicar un comentario