Alguna vez lo vi a mi viejo llorar, no fueron muchas ocasiones, él era un tipo fuerte que podía con todo, aunque en su interior transitaba fuertes miedos que lo enfermaron.
A mi viejo lo vi levantarse temprano para ir a trabajar habiendo descansado poco, lo vi llegar agotado después de largas jornadas de trabajo, lo vi acompañandome cuando lo necesité y asistiendo a cada amigo o familiar que lo necesitaba, lo vi pasar penumbras y momentos de abundancia, lo vi queriéndose levantarse hasta cuando su cuerpo decía basta.
Hoy soy yo quien tiene que ocultar sus lágrimas, al menos hasta el límite del intento, porqué sé que quién me mira me ve triste, lo veo en los ojos de Kika que me observa mientras escribo, tal vez sabe que en estas palabras hablo de ella, y de mi, de nosotros, los que acompañamos su camino por la tierra y la asistimos en este momento en el que sola no puede.
Yo intento ocultar que solo no puedo, por suerte no estoy solo en esto, aunque cada uno vive el proceso a su manera, y en el fondo, en sus silencios y soledad se encuentra con sus sentimientos.
Esto va a pasar, como pasa todo, lo único que quiero llevarme de este instante es la tranquilidad de mi conciencia de saber que a mi hija perra no le faltó nada, que su padre humano no le soltó la patita y que hizo todo lo humanamente posible para que su paso por la tierra sea el mejor que pudo darle esta familia en la que le tocó nacer.
Dios sabe cómo terminara esto y cuando, yo lo transito con la fortaleza que tengo y la debilidad que me permito, porque, en definitiva, si algo
aprendí de mi viejo es no bajar los brazos nunca y mucho menos a dejar en banda a un ser querido en los momentos difíciles de la vida.
aprendí de mi viejo es no bajar los brazos nunca y mucho menos a dejar en banda a un ser querido en los momentos difíciles de la vida.
Ale Flores
24 de agosto de 2024
En la galería, con Kika, Conny y Rocky