El mar se aproxima a la costa ondeándose suavemente, acaricia las rocas de las escolleras, algunas olas un tanto más querendonas se suben a ellas intentando abrazarlas, otras siguen su camino hacia la orilla dejando espejos pintados que se desvanecen rápidamente hasta que son reemplazados por otros. Las sombrillas están cerradas, las carpas vacías, los guardavidas aún duermen.
Cruzando la calle los edificios reciben las luces del nuevo día que amanece, hacia el norte una espesa barrera de nubes se interpone al horizonte fundiéndose con el mar en un gris casi igual.
La calle está desierta, algún auto pasa con destino incierto, mientras tanto el sol se eleva detrás del mar y entre las nubes se ve su reflejo, solo somos testigos unos surfistas y yo, ellos esperando las olas, yo contemplándolas.
Nunca quise ser un pescador de alta mar, salvo en cada amanecer donde sanamente envidio el privilegio que cada amanecer les concede, ahí están sus barcos, más próximos que yo a este amanecer, mi amanecer del 27 de febrero de 2024, único e irrepetible como todos.
El tiempo parece haberse detenido, la imagen es la misma desde que empecé a escribir, a pesar de lo cambiantes que suelen ser estos minutos, como si el sol me hubiera dado tiempo para describir su llegada a este día sin modificar nada para no distraerme.
Guardado silencio un instante, escucho el sonido del mar golpeando las piedras.
Recorro con mis ojos nuevamente toda esta visita y me sorprendo con lo maravillosa que es, los diferentes colores del cielo, las tonalidades cambiantes del mar, las luces de la ciudad que se van apagando, los autos que vienen y van. El sonido de una manguera determina que alguien está lavando una vereda, aunque no logro divisar quién es.
La imagen sigue siendo congelada, y tal vez sea el regalo del sol para que este momento sea eterno, como son estas palabras.
Ale Flores
Mar del Plata
Av. Patricio Peralta Ramos 1411
Balcón
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