Todos nacemos con el corazón puro, suave, liviano. Amoroso.
Todos somos un reflejo perfecto del amor de Dios, siendo a su imagen y semejanza Dioses en la tierra.
Los estímulos externos van formando nuestra personalidad, las vivencias van activando situaciones vividas en otras encarnaciones y ellas van trasformando esa imagen, algunas vivencias nos acercan a la divinidad, otras nos alejan de ella.
Los estímulos llegan siempre, la clave está en buscar esas experiencias que hacen que nuestro corazón rebalse de amor, ya que cuando eso sucede irradiamos amor en todas las direcciones, aflora la pureza y volvemos a ser Dioses encarnados como lo son los bebes recién nacidos.
Quizás parezca difícil para las mentes que acostumbran a poner la dificultad como límite, pero una vez sorteado ese obstáculo mental, observamos que los estímulos del amor habitan en todas partes, que no son indispensables las técnicas (aunque pueden ser útiles), y que los dones que nos elevan hacia Dios todos los tenemos incorporados ya que fuimos creados a su imagen y semejanza.
Disfrutar un fruto, contemplar una flor, beber agua fresca, mirar las estrellas, sentir el calor del sol, dejarse abrazar por el viento suave. Recostarse sobre el pasto, escuchar música que eleve las vibraciones, sentir amor en cualquiera de las expresiones del amor. El amor enciende al amor.
Encendé tu fuego. Abrí tu corazón, despójalo de las corazas que tu personalidad le puso por temor a sufrir.
“Abrí tu corazón aunque pienses que lo puedan romper, porque un corazón cerrado se rompe lentamente”.
Ale Flores
18 de diciembre de 2021
La Merecida
Espacio Sagrado
Altar de Fuego
Con Kika y Conny
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