Cuando pensamos irradiamos
vibraciones, esas vibraciones primero se concentran en nuestras energías que se
graban en nuestra sangre, llegan a nuestros órganos y todo nuestro cuerpo recibe
las vibraciones que nacen en nuestros pensamientos.
Las mismas energías se expanden
por fuera de nuestro cuerpo físico en todas las direcciones y se impregnan en
todo lo que nos rodea, en todo lo que tocamos, con todo lo que interactuamos, también
proyectamos esas vibraciones a los objetos y/o personas en las que centramos
nuestra atención, y sus vibraciones son alcanzadas por las nuestras.
Cuando a la distancia dos o más
mentes concentran su atención en lo mismo se conectan entre sí, se produce la telepatía
y podemos sentir lo que otros sienten, podemos recibir los pensamientos ya que
nos llegan como vibraciones.
El espíritu decodifica las
vibraciones y las trasmite a la mente y al cuerpo, por lo que podemos experimentar
sensaciones, cosquilleos, podemos sentir el amor, la angustia, el miedo, o
cualquier sentimiento que irradie quien está conectado a nuestras energías.
La practica lleva a la maestría.
Desde este tipo de unión en la
que el cuerpo físico es solo un vehículo para ser, irradiamos y recibimos solo energías
cuyas purezas dependen de las intenciones de cada uno y del nivel de
conciencia.
Lo hemos experimentado todos
cuando recibimos el llamado de alguien en quien estábamos pensando o lo
encontramos por “casualidad”.
La vida nos muestra la
casualidad para que aprendamos la magia, ya que cuando el hombre perdió el
contacto con la magia la llamó casualidad.
Ale Flores
7 de Septiembre de 2019
La Merecida
Horno de Barro
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