Cuando éramos chicos con mi
hermano Gustavo nos peleábamos por usar un acolchado que nos había hecho
nuestra abuela Gaby. Era de plumas y estaba cubierto por una tela impresa con
patitos. En las noches de invierno contar con su abrigo era maravilloso, el
peso que sentíamos sobre nosotros era como un abrazo de abuela que nos cuidaba
toda la noche, no solo del frio, también de los temores de la niñez.
Pasaron los años y nacieron
nuestros hermanos gemelos, Pablo y Mariano, ellos también participaron de la
distribución poco equitativa que hacíamos del uso del acolchado, y era tal la
disputa por su uso que nuestra abuela nos hizo uno a cada uno. Por supuesto yo
conservo el mío y ayer, debido a la llegada de los primeros fríos del otoño,
Julieta lo uso.
Tapar a mi hija con el
acolchado de mi abuela, darle un beso en la oscuridad del su cuarto y desearle
un buen descanso trajo a mi mente las noches de invierno en la casa de mi
abuela, en Banfield al sur de la provincia de Buenos Aires donde las bajas
temperaturas del invierno generan escarchas que salíamos a ver con mi abuelo
Alonso inmediatamente después de despertarnos. Tras desayunar el yogurt que la
abuela nos hacía.
La semana pasada le preparé a
mi hija una comida que hacía Gaby, una receta simple pero deliciosa, en ese
momento entendí que ella nos hacia Reiki en sus comidas. Anoche supe que en la
manta que nos hizo grabó todo su amor, y por más que desde hace unos años su
cuerpo ya no camina por el planeta, en sus recetas y en sus acolchados podemos
encontrarnos con su energía y volver a sentir el amor que desde siempre nos
supo dar.
Dedico estas palabras a la
memoria de mi abuela y de todas las abuelas que nos llenaron de amor en
nuestras infancias, a ellas les debemos gran parte de lo que somos.
A ellas les debemos mucho más
de lo que creemos.
Ale Flores
27 de Marzo de 2019
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