En el altar de nuestros
corazones habita el fuego sagrado del que emerge quienes somos.
La chispa divina que desciende
en el espíritu que ocupa el cuerpo para que este pueda transitar su paso por la
tierra trae en si el conocimiento de todas las vidas anteriores, las
herramientas adquiridas y los dones que Dios nos dio.
Ese fuego es vida, es capaz de
sanar, de crear, de encender otros fuegos. Los sentidos son el modo en que el
fuego se manifiesta ante los sentidos de otros, y la vibración que late en
nuestros latidos repercute en nuestro interior creando el templo que conforma
nuestro cuerpo sosteniéndolo sano y firme, atrayendo a otros a descubrir esa
belleza que nace de nuestro ser.
Todos los días debemos ser
conscientes de ese fuego que habita en nosotros, saber que nuestro cuerpo
físico es el templo que contiene el altar donde habita la divinidad que somos,
la cual transita esta encarnación en un cuerpo temporal.
Todo es pasajero en esta vida,
sabemos el cuerpo queda en la tierra cuando finaliza nuestro paso por la línea
del tiempo, más la energía que grabamos en todo lo creado es eterna y es la que
permite que cuando nuestro cuerpo parta hayamos dejado un lugar mejor al que
encontramos al nacer.
Todos estamos encarnados por
algo, todos estamos transitando un camino, recorriendo un sendero, cumpliendo
una misión.
Vivimos en la tierra, pero no
somos de la tierra, necesitamos bienes terrenales, pero no somos lo que usamos,
somos lo que realmente somos cuando ya no nos queda nada más que nuestro
verdadero ser.
Ale Flores
24 de Octubre de 2018
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