En los peores momentos de mi
vida, justo antes de despertar, estuve al borde de la locura.
Recuerdo un instante en la
cocina del departamento en el que vivíamos en el cual sentí que mi cerebro
colapsaría, que caería al suelo desmayado y despertaría internado en un
hospital neuropsiquiátrico. Fue el instante en el que me entregue al universo
para que sucediera lo que debía suceder.
Hasta ese entonces yo era quien
debía resolver todo, todo era responsabilidad mía y vivía agobiado. Esa
experiencia me enseño a decir “basta, yo no pudo, le entrego esta
situación al universo”.
De ese modo empecé a entregar
situaciones, fui a ver al gerente general de la empresa en la que trabajaba y
le dije que el dinero no me alcanzaba para cubrir mis gastos, su respuesta fue
que no me podían pagar más, por lo que le dije que yo valía y que dedicaba
todas mis energías en mi trabajo, por lo cual era responsabilidad de ellos que
mi familia viviera económicamente bien, (ahora que escribo pienso que en
realidad se lo decía al universo a través de él).
Poco a poco las cosas se
empezaron a ordenar, y alguien fundamental en ese proceso fue Felicia, mi
adorada perra, cada vez que volvía del trabajo ella me esperaba detrás la
puerta y se abalanzaba sobre mi cuando me veía entrar, no me daba ni tiempo de
saludar a mi mujer y a mi pequeña hija, saltaba y giraba alrededor mio, una vez
que lograba quitarme la ropa con la que trabajaba para preservarla de sus uñas,
le dedicaba un rato de juego hasta que finalmente me daba un momento para
compartir con Serena y Julieta. Luego debía sacarla a pasear para que pudiera
hacer sus necesidades, con lo cual había otro espacio que sin ella no hubiese
tenido, el del paseo diario. Felicia me reconecto con el placer de pasear, con
el juego que había perdido cuando deje atrás la niñez, y con la inocencia de
los perros que solo dan amor sin pedir nada a cambio.
Julieta me conectaba con la
vida, con el despertar como padre al ver mi crecimiento en sus ojos, y en sus
cambios físicos. Ya había descubierto en Serena una gran madre. Todo eso me
hizo crecer.
Cada pieza es fundamental en el
juego, y jugarlo es lo principal.
Cuando comprendí que todo esto
es un juego me empecé a divertir, ya no era la victima a quienes otros no
invitaban a jugar, jugando encontré a quienes querían jugar conmigo.
Así la vida se abrió camino, y
el camino se hizo misión.
Hoy escribo atravesando todos
mis estados de ánimo, y aunque cada tanto me visitan los miedos, cuando siento
que es necesario, puedo mirar al cielo y decir: “Yo trabajo para ustedes,
pongo todas mis energías en lo que hago, por lo tanto se que nada me faltará,
que el universo me proveerá de todo lo que necesito para cumplir mi misión”. Y
me vuelvo a entregar al juego, tomo sol, juego con mis perras, y escribo textos
como este, un texto que tal vez le haga ver la vida como un juego a un
oprimido. Un juego que tal vez ayude a despertar.
Ale Flores
18 de Noviembre de 2017
La Merecida
Silla Azul
Espacio Sagrado
Altar de Fuego
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