Tuve un momento de relax en la
oficina y decidí hacer un pequeño viaje por Roma en Google Earth, aterrice en
la Fontana di Trevi y caminé con el Street View haciendo el recorrido que
tantas veces hicimos con mi familia hasta el hotel Julia en Via Rasella 29,
donde nos hospedamos, me detuve en la puerta recordando las habitaciones, las
noches y la sensación de despertarnos en por la mañana sabiéndonos en la eterna
Roma.
Recordé nuestro arribo a la
cuidad, transité el trayecto que separa la estación de subte Barberini, donde
salimos a la superficie tras viajar desde el aeropuerto, hasta el hotel. Pude
sentir la emoción de la llegada, ese apuro por encontrar el hotel, dejar el
equipaje y empezar a descubrir la ciudad que desde el primer instante hacia
saber que nos impactaría, como nos impactó.
Después volé al Vaticano y
recordé la sensación de verlo por primera vez, esa mezcla de sensaciones que
unen la religión, la espiritualidad, y la sensación de caminar sobre la
historia viva de nuestra civilización. Recordé la visita a la capilla Sixtina,
el interior de la basílica de San Pedro y cuando me detuve a orar frente a su
tumba en la necrópolis. Recordé verlo al papa Francisco a pocos metros en la
audiencia, y caminar hasta encontrar con el restaurant de Alberto y Graziela
quien nos recibió con su amabilidad y nos deleitó con sus deliciosas pastas.
De ahí camine hasta el Panteón
atravesando Piazza Navona, recordando los pasos apurados por ingresar cuando lo
encontramos.
Viajar tiene eso, los viajes
duran un tiempo, pero quedan para toda la vida, las emociones perduran, se
reviven al momento de ver una foto, de recordar un instante. Aunque estemos en
otro lado sentimos los aromas de ese momento, el clima, es como si el tiempo se
hubiese detenido para siempre, ya que los instantes son eternos en nuestros
recuerdos.
Un cumulo de emociones brota
por mi cuerpo recordando instantes del viaje que hicimos hace pocos meses, pero
el que más me emociona, la sensación más fuerte que tengo y desborda mi ser, es
la que tuve cuando tomé conciencia del lugar donde había llevado a mi hija,
cuando comprendí que la vida me dio la posibilidad de llevarla a sus 14 años a
conocer esos lugares mágicos, cuando la vi caminar por las calles con sus
empedrados gastados por el paso de tantas gentes, cuando la vi deslumbrarse
ante las maravillas del viejo continente. Saber que conservara en su mente esos
recuerdos toda la vida, que las vibraciones que recibió se grabaron en su
esencia, ya forman parte de sus vibraciones y quedaran en su ADN para nuestra
descendencia.
La vida me ha dado muchas
cosas, cosas maravillosas, también tristes y dolorosas, de todas me he formado,
cada vivencia es parte de lo que soy. Puedo decir a mis 44 años que he vivido,
que amo, que soy amado, y que le doy a cada ser que me rodea lo mejor que
puedo, esa es mi riqueza, eso es lo que me da placer, el placer de estar vivo,
el placer de vivir.
Ale Flores
2 de Noviembre de 2017
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