Dicen que nació en las tierras,
donde los Dioses jugaban a la pelota.
Y que en el potrero donde
aprendió a patear, Jesús jugaba de Diez.
Dicen que de chico respiro
hambre para tener hambre de gloria.
Que el esfuerzo de su padre le
enseño a nunca aflojar.
Que el amor de su madre le
encendió la chispa que lleva en su corazón.
Que los reyes magos le llevaron
“La mano de Dios”, y que en su zurda habita la magia de la navidad.
Eso dicen, y yo creo que es
verdad.
Y si lo creo es porque lo vi, lo
vi jugar, lo vi dejar hasta el último aliento adentro de la cancha.
Lo vi oprimir a quienes
oprimían, lo vi humillar a quienes intentaron humillarnos.
Lo vi bailar entre piernas que
buscaban derribarlo, llevando en sus pies la pelota que por él se dejo amar.
Lo vi llorar a mi viejo, por la
emoción que su juego generaba, y cuando mirando al cielo le dedico el gol del
siglo, el gol más grande de todos los tiempos, a Dios, y a los que ya no
estaban.
Fue el soldado que libro la
batalla del honor, la batalla silenciosa, la revancha que todos necesitábamos.
Para ponernos nuevamente de pie, para que el mundo entero volviera a mirarnos,
que nuestra bandera pintara de celeste el blanco el mundo, y que volviera a
flamear en lo más alto.
Ganador de todas las batallas,
hasta a la muerte le hizo gambetas.
Lo de él no es solo suerte, él
es un elegido.
Y yo le perdono todo, no lo
juzgo solo lo acepto, yo se que nadie es perfecto, y que su vida es solo suya.
A mi me deja la gloria, el honor
de ser Argentino, y que en cualquier lugar del mundo, con solo decir su nombre,
yo me sienta bienvenido.
Gracias Diego.
Alejandro Flores
28 de Junio de 2014
La Merecida
Silla Azul
Espacio Sagrado
Altar de Fuego
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